Leer un cuadro: El juicio universal de Miguel Ángel

Veinticinco años después de acometer su obra pictórica más universal, la bóveda de la capilla Sixtina,  Miguel Ángel Buonarotti, uno de los artistas más reconocido de la Historia del arte, lleva a cabo, bajo el papado de Pablo III, el fresco que cierra el altar de dicha capilla.Estamos ante un fresco de 13,70m x12,20m y que representa el Fin de los días, la venida de Cristo para juzgar a los vivos y a los muertos.

Inspirada en las fuentes literarias del Apocalipsis de San Juan, La divina comedia de Dante y las visiones del profeta Ezequiel, el pintor florentino nos presenta la figura de un Hijo del hombre terrible, iracundo, que desde las alturas hace temblar dentro de la más pura "terribilitá" michelangelesca: un juez implacable. Para su realización tuvieron que desaparecer unos frescos de Peruggino.

La magnífica habilidad escultórica de Miguel Ángel se traslada al pincel, que parece más esculpir que pintar esas más de cuatrocientas figuras colosales que rodean el tema central de la composición. Esta está formada por Jesucristo en toda su grandeza. Junto a él su madre, María, que parece apartar el rostro para no ver la cólera de su divino hijo. A sus pies dos mártires: Lorenzo, portando las parrillas de su martirio,  y Bartolomé, del  que pende una piel en la que el pintor se autorretrató. Sobre ellos los ángeles portando los símbolos de la pasión. Bajo ellos los ángeles trompeteros despertándo a los muertos. Alrededor santos, mártires, justos y pecadores en un vórtice de ascenso a la Gloria o de descenso a los Infiernos.Las figuras se retuercen en escorzos que son precursores del manierismo y el barroco. Se crea así una sensación de movimiento increíble en una composición con absolutamente falta de perspectiva, unida a la potencia del dibujo y del color, que eleva la emoción hasta alturas insospechadas.

En la parte inferior se sitúa la zona terrenal, en la que podemos observar la resurreción de los muertos (a la izquierda) y la entrada al Hades, cuya puerta vigila Minos, que muestra el rostro de Baggio di Cessana, maestro de ceremonias. Este retrato fue en su momento una venganza del pintor hacia este personaje de la corte papal que le reprochó su falta de decoro al pintar tanta figura desnuda. Cuentan que cuando Di Cessana le rogo al papa que le obligara a Miguel Ángel a modificar ese rostro, Pablo III contestó: "lo siento, hijo mío, si fuera del Purgatorio te podría sacar el papa, perodel Infierno no te saca nadie".

Pero estas quejas de falta de decencia no cayeron en saco roto. En 1564 se encarga a Volterra que cubra las partes obscenas de las figuras. Esto le acarreó al artista el sobrenombre de "bragettone". En 1994 terminaría la restauración volviéndolo a su estado original.

Miguel Ángel siempre se tuvo por un escultor, no por un pintor. Sin embargo en este espacio vaticano quedaron para el disfrute de los amantes del arte dos de sus obras más maravillosas

EL JUEZ IMPLACABLE



Me miras a mí, Cristo iracundo, con el brazo elevado en la justicia de aquel que viene a juzgar no desde la piedad, sino de la venganza contra quienes no supieron o no quisieron seguirte.

Tiembla mi pluma al describir el día en que sea tu venida. Como un rayo entre las nubes te veo, igual que un dios de aquellos pintados en frisos paganos. Tu madre a tu lado te implora, quizá, piedad para los impíos.

Mis oídos se ensordecen por el clamor de las trompetas, por la oración de los bienaventurados, por el llanto de aquellos condenados al Averno.

Veo el fin de los tiempos, veo el fin de los hombres. Mis ojos se arrasan con las lágrimas  acumuladas tras tanto tiempo de tu ausencia y porque te veo ahora tan lejos, tan terrible.

A pesar de mi ánimo convulso sigo escribiendo: “Vi un trono espléndido muy grande y al que se sentaba en él. Su aspecto hizo desaparecer el cielo y la tierra sin dejar huellas. Los muertos, grandes y chicos, estaban al pie del trono (…)” (Ap. 20, 11-14).

Tú vuelves a mí, visión terrible,  inmisericorde, abriendo el Libro de la Vida en la que están escritas todas las historias.

A ti, que me llamaste hermano, a ti,  que me encomendaste a tu madre al pie de tu muerte, ruego que cuando llegue ese día que ahora se me aparece, me lleves a tu lado, al de los justos,  llamándome por mi nombre: Juan, conocido como el evangelista.

Artículo y relato: Elena Muñoz





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