De un tiempo de cerezas de Luis Pastor

Presentación que la escritora ripense Elena Muñoz hizo del poemario del cantautor el pasado día 9 de febrero de 2017 en el Centro Social de Covibar.

No sé si es casual, no lo creo, que en el título de este poemario que hoy se presenta  aparezca la cereza  como la protagonista. Y digo que no es casual porque es una imagen con una muy certera ambivalencia. Por una parte su raíz estremeña, como la de su autor, surgiendo de esos cerezos en flor que bien podrían ser los del Valle del Jerte, que rompen las retinas en una explosión de belleza entre el invierno y la primavera. Por otra su propia morfología, ese fruto que se come de uno en uno, enredados entre sí,  a veces, como cada poema que engloba De un tiempo de cerezas de Luis Pastor.

Quizá esperen ustedes que comience hablando de su autor. No lo voy a hacer -en la solapa del libro tienen su biografía artística- Permítanme ustedes que deje a un lado la remembranza del poeta, que no me retrotraiga a su pasado, rico en manifestaciones musicales y culturales, y que tan unido está a nuestro imaginario común de años de búsqueda de la libertad en tiempos muy oscuros. Todos conocemos quién y qué es Luis Pastor en la memoria histórica y musical de España en los últimos cuarenta años.

Hoy estoy sentada a esta mesa, como una comensal invitada a un banquete de poesía,  para contarles simplemente mi impresión de este libro de poemas, mi sentir, mis emociones al leerlo. No voy a hacer una crítica literaria, ni tan siquiera un desglose de estilo, de semántica o de significado. Para ello está el prólogo magníficamente construido de José Manuel Díaz, absolutamente recomendable antes de iniciar la lectura de los poemas.

Quiero empezar por decirles que cuando se cierra este libro, cuando concluimos su lectura, podemos sentir de todo menos indiferencia. Tal vez porque los versos que van surgiendo, como esas cerezas a las que antes me refería, alimentan emociones que nos llevan desde la sonrisa a la congoja, desde la ilusión al desamor, construyendo imágenes en nuestra mente que nos atrapan.

Un paseo por el tiempo común, por las edades pretéritas que van dejando, como en el cuento, unas migas comidas ya por los pájaros y a las que sólo podemos regresar con la memoria.
En el principio, como no, es la infancia del autor la llave que abre el poemario. Una infancia  recordada siempre es feliz, aunque no lo haya sido. Porque solo entonces es cuando miramos al mundo por primera y única vez; después todo serán recuerdos:

«Era el tiempo de ser niño
por la limpia voz y el agudo grito».

Nos dice el autor, mientras van surgiendo las estrofas sobre los padres, el río, el abuelo, los veranos y las encinas que llenaron las horas y los días del niño que fue.
Y esos días se fueron haciendo años, y esos años abrieron la puerta al amor, puerta que traspasamos nosotros también en una segunda parte para encontrarnos con la belleza, con reflejo de unos ojos, con las lágrimas de la pena cuando se entrega el corazón latiendo a prisa o se recoge a trozos como barro deshecho entre los dedos. No hace falta olvidar, piensa el autor,  para seguir caminando, simplemente recordar sin rencor.

   
    no atrases el reloj de la conciencia,
    jamás comas del árbol de olvido
    aprende a rechazar lo que no cuenta».
«Vuelve de nuevo a nacer desde un suspiro

    ¿Quién puede  andar la vida sin compromiso cuando es eso y no otra cosa la propia vida? El poeta nos lo explica en la tercera parte del libro con imágenes sencillas  que a todos nos destellan en ese rincón donde guardamos aquello que también por compromiso nos transformó un día: el odio a las armas, la solidaridad con el débil, la utopía nunca alcanzada, por ser una utopía, de la paz. Los versos de Luis Pastor se escapan para mostrarnos aquello que pudo ser y no lo fue, pero que nos hizo felices, cuando pensamos que todavía -sí por, favor, dejen que lo soñemos- podemos cambiar el mundo, a pesar del tiempo, o tal vez por eso.

    «Pero otro mundo es  posible
    otro mundo diferente,
    otra manera de vernos
    otra forma de ser gente».

Rojas cerezas que apenas ya van quedando en el cesto cuando estamos llegando a la parte final, y el poema se envuelve en la música- cómo no iba a ser así- y la música se transforma en la palabra de un estribillo, y el estribillo en un homenaje aquí a Camarón, allí a Pablo Guerrero, y el homenaje en lágrimas negras de pena negra recordando el 11 de marzo.

«Cuatro años de dolor para el recuerdo,
cuatro años de ausencias y reflejos,
Cuatro años de trenes sin regreso».

    Y cerramos el libro concluido. Y lo volvemos a abrir buscando esa imagen, ese verso, ese poema que se nos quedó pegada a la punta de la lengua, bailando en los oídos, brillando en nuestros ojos.
Ritmo, imagen, palabra, la santa trinidad de De un tiempo de cerezas. Que lo disfruten.            

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