Las pinturas eróticas de Pompeya

No cabe duda de que las pinturas descubiertas en el siglo XVIII bajo las cenizas del Vesubio debieron causar una gran impresión. Las excavaciones fueron encargadas por el entonces rey de Nápoles, el futuro Carlos III de España, quien tenía el objetivo de recuperar restos romanos que adornaran sus jardines y palacios.

Esas pinturas, con una explícito caracter sexual, se encontraban a lo largo de la ciudad y en los edificios usados como lupanares. La pregunta es : ¿eran los romanos unos depravados? A los ojos de la moralidad cristiana no cabe duda, pero sobre lo que tenemos que reflexionar en primer lugar es sobre el concepto que tenían los habitantes del Imperio sobre el sexo.

Los romanos se sabían descendientes de la misma diosa del amor, Venus, através de Eneas, por lo que ya, desde su origen el amor carnal estaba enraizado. Las costumbres "libertinas" estaban instauradas entre los ciudadanos, no así entre los esclavos, que solamente podían ser objeto e intrumento de placer. Basta recordar a Tiberio, Calígula o Nerón para comprender que incluso entre los emperadores el relajo sexual se encontraba bien implantado.

Tambien es difícl de comprender la visión que se tenía de la homosexualidad. En Roma no era una opción de género, sino simplemente una manera de obtener placer. También por ello estaba bien vista la bisexualidad tanto de hombres como de mujeres.Por tanto no es extraño que estas costumbres se convirtieran en motivo de decoración en villas y prostíbulos de la ciudad.

Pero centrándonos en el ámbito artístico no cabe duda de que estas pinturas son un claro ejemplo del arte gráfico romano, descendiente directo del griego. Tanto es así que los estilos de pintura romana se han definido en base a la pompeyana. En ellas se han definido cuatro estilos: el primero o de incrustaciones en el que  podemos el espacio dividido en tres franjas ; el segundo o arquitectónico que busca una cierta perspectiva; el tercero u ornamental donde se busca un claro objetivo decorativo; y por último el cuarto estilo o de ilusionismo arquitectónico en la segunda mitad del siglo I d. C. y es una especie de síntesis de las tendencias anteriores, dominadas por una escenografía fantástica donde se combinan los motivos imaginarios y las perspectivas arquitectónicas, dentro de lo que podíamos llamar barroquismo conceptual, donde se acentúan los espacios y fingimientos ópticos.

Los procedimientos usados en esta pintura debieron ser el encausto, el temple y el fresco. Aunque se sabe que los romanos desarrollaron la pintura sobre tabla, los restos pictóricos conocidos más importantes son de tipo mural, frescos protegidos con una capa de cera que avivaba los colores, mayoritariamente primarios y secundarios.

EL CASTIGO DE LOS DIOSES


    Lucía el sol en la campiña. Las uvas maduraban colgando de los pámpanos como lágrimas de Baco, del dios que habitaba en la cumbre de la gran montaña, que como uno de los titanes se erigía sobre la ciudad con el nombre de Vesubio.
    Un hombre y una mujer se desperezaban en su lecho. Sus ojos se habían abierto al nuevo día del mes dedicado a Augusto tras una noche de amor.
    Todavía parecían resonar los suspiros, los susurros que habían quedado como  ecos en las paredes. Todavía parecían sentir cada uno de ellos los dedos del otro recorriendo sus cuerpos, acariciando sus pieles.
    Sobre sus cabezas una pintura retrataba a dos de los dioses a los que todos los amantes se encomendaban: Venus y Marte, observados por Cupido. La diosa siempre hermosa, seductora, semidesnuda, abrazada por el dios guerrero.
    Repentinamente una gran explosión atronó los oídos de Marcus Lucretius, que así se llamaba el dueño de la casa y de su concubina. El suelo comenzó a temblar , el volcán se despertó de su largo letargo abriendo las puertas del averno.
    Fueron tres días de escupir fuego y lava que convirtieron la bella ciudad de Pompeya en un mausoleo, enterrando todo lo vivo y lo inerte, llenando de muerte y desolación lo que hasta ese momento había sido alegría, placer y prosperidad.
    Tal vez  los dioses envidiosos de la felicidad de los hombres quisieron recordarles su propia mortalidad.


Artículo y relato Elena Muñoz





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